A veces, no estar

Yo –tú–, una línea blanca y la montaña. Aquí, donde estamos, donde están todas las cosas. En el principio y en el final, en el fluido que emana de la fuente, en aquello que era y es lo mismo y diferente. Todo es fuente. El verbo comienza en una grieta, apertura del manantial. Cae y hace cauce. Se declina y toma forma en su caudal. Irriga la mirada y luce un indicio, inicio de lenguaje. Diálogo interno en un lugar invisible y primigenio, dentro, refugio para el pensamiento, para el yo. Refugio para este aquí.

 Aquí –espacio– es un lugar permeable. Luz y tiempo penetran. El interior crece y se derrama allí afuera. Se derrama dentro, se derrama fuera –espacio. El pensamiento, las personas, lo visible. El yo es otra persona, y el dentro es fuera y el pensar es lenguaje.

 Una imagen comprende esto.

 Una imagen expone una síntesis de todo lo visible y lo invisible. Todo es mental y todo es afuera. La imagen es una reunión del yo y de los otros, del dentro y del afuera; es la confluencia de la luz, del tiempo y del espacio –la mirada.

 –Parece que no estás –me dijo.

 Un vacío se abre entonces a otra mirada, a la mirada de otra persona. Esa mirada cierra aquel lado — el tuyo, lector, espectadora, a ti te atraviesa la línea blanca que atraviesa la imagen, te re-sitúa —, se llena el espacio, cierre invisible de un nuevo lugar común.

 –A veces, quisiera estar –le dije al silencio.

 

***

 

Una vez hice una fotografía en la que aparecen mi hermano, mi tía y mi abuela. Yo estaba ahí, y no estaba. Era un fotógrafo muy tímido que siempre llevaba la cámara colgada al hombro. Terminamos de comer, recogimos la mesa y entonces se preparó el café de la tarde. Me levanté, miré y tomé esa fotografía. Después, hice otra de la ventana que se ve al fondo. No hay más fotos de ese rato. La luz siempre era increíble en aquella casa en aquellas tardes de invierno. Antes, en la secuencia temporal del rollo de la película, hay fotos de mi hermano en Cudillero, camino a la casa de los abuelos. Después, una serie de fotos de familia de los hermanos con nuestra madre en su casa en Oviedo, en el sofá de la sala. Fotos de familia.

En aquel tiempo estudiaba fotografía y para las vacaciones de navidad nuestro profesor Jorge Jiménez Brobeil nos encargó hacer una serie de cinco fotos sobre el tiempo. La dinámica era hacer las fotos, revelarlas y positivarlas, y presentarlas en clase sobre la mesa principal del escenario del salón de actos de la Escuela de Arte (y Oficios) de Granada. Algunos pasábamos la noche anterior en vela en nuestro laboratorio de campaña en el cuarto de baño de casa. Alrededor de aquella mesa mirábamos mucho, hablábamos algo y escuchábamos todo. Pero sobre todo había silencio. Se escuchaban las respiraciones de los demás y el crujido de la puerta de los que iban entrando y saliendo. Escuchar el silencio fue una de las intuiciones de aquel tiempo. Jorge creó con aquella asignatura un lugar para las intuiciones. Fue desde entonces nuestra responsabilidad hacernos caso o no.

Algo apareció con la fotografía que desconocía: la atención al tiempo —la cuestión de la fotografía es el tiempo.

La copia de la imagen que presenté tenía mucho contraste, exageré la zona sombría de su parte inferior para enfatizar cierto aire onírico de una escena aparentemente costumbrista. Esto, intuitivamente, me posicionaba ante esa imagen más allá del carácter documental acerca de unas personas y un lugar. Aquello onírico que quería resaltar no era, ni más ni menos, que el modo de descubrir la cuestión del tiempo en otro orden al que se suponía. Es una imagen en la que aparecen tres generaciones de una misma familia. Eso es un tiempo medible. Como que se hizo después de comer en una tarde de aquel invierno de 2005 y que el tiempo de exposición debió estar en torno a un quinceavo de segundo. Pero la fotografía, al existir, se abre a otra relación con el tiempo. Aquellas personas estaban allí juntas, coincidieron en ese tiempo y en ese espacio. Esa coincidencia temporal es ahora solo mental, invisible, ajena al paso medido del tiempo. Esas personas están ahí en la foto, pero no son ya aquellas personas, aquellos cuerpos. Tampoco nosotros—ni yo, ni tú, lector, espectadora—. Sus nombres perviven, lo que fueron entonces, ya no. Ni siquiera son las mismas personas que creía mirar en aquel momento. Fueron otras después, a través de mi mirada, y seguirán siendo otras en mi memoria cada vez que las recuerde.  El tiempo es relativo. Las personas somos pasajeras. Las imágenes de las personas también lo son, incluso una misma imagen es transitoria, nunca se ve igual, la mirada que la ve siempre es otra distinta a la que era —el devenir de la mirada, de la persona, de la imagen. El tiempo es siempre otro.

Como la foto de los tres peces —mi familia.

En esta foto no estoy. Hago la foto, pero no estoy, no salgo. El punto de vista de quien hace la foto es el mismo que el del espectador, ese lado abierto, la mirada que acaba por configurar ese lugar común. Pero en esta imagen el desasosiego de no estar físicamente incomoda mi posicionamiento ante la propia imagen fotográfica. Quiero estar. Deseo estar con ellos ahí en el sofá, junto a la luz de las velas en esa noche larga de aquel largo estar en casa juntos.

 – Hacer esa foto detuvo el estar allí juntos – me dije, una vez, al verla en la pantalla.

Hacer esa foto era una forma de expresión del amor y el deseo de estar juntos una forma de resistencia. Mirar esa foto era una forma de resistencia y el deseo de estar juntos una expresión del amor. Fotografiar y mirar así, como una revolución.

Los tres peces y, después, diez mil más.

 

***


A veces, no estar forma parte de un proceso de atención al tiempo y a la práctica de la fotografía y la escritura que se ha llamado Todo es fuente, que ha tomado diversas formas en los últimos años. En esta, A veces, no estar, quince años de tiempo medido entre dos fotografías familiares atraviesan y son atravesados por el otro tiempo, el tiempo habitado, el que sostiene el eco de las imágenes y las palabras que lo ocupan, y que configuran un nuevo lugar común, este lugar, espectador, lectora —nuestro—, en el que nuestros tiempos y voces se entremezclan en un capítulo de una historia interminable.

 

Todo es fuente es un proceso, un conjunto de imágenes, textos y sonidos en continua transformación que va descubriendo, a modo de talla o excavación, cuestiones sobre el equilibrio y los contrastes, sobre las simetrías y asimetrías del universo, sobre las relaciones con las personas más cercanas y el espacio y el tiempo que generan, sobre la familia y sus paisajes. En definitiva, hallazgos sobre el amor, sobre habitar el tiempo y sobre la conciencia de la memoria y el sentido de pertenencia a la misma.


***


Todo es niebla y en la niebla se ve nada.

No hay hombre, no hay mujer, no hay cuerpo. No hay padre y no hay hijo. Y no hay árbol, ni piedra, ni sombra. Ahora, no hay nada.

Nada es ausencia de luz y todo es tu presencia.

Perdida en la densidad, tu respiración se forma como la mirada que hiberna en el frío.

Sin sueño ya no hay despertar. No hay cima, no hay montaña; ni bordes ni paredes, no hay fisuras que sellar, ni heridas por cicatrizar. No hay pasado sin recuerdos.

Ser niebla en el centro de un valle frío. Descomposición de la forma, sustancia de vacío. Nada. Ahora,

El centro se mueve,

todo es fuente.

 


[Texto del catálogo de la exposición A veces, no estar, en el Palacio del Almirante de la Universidad de Granada, de diciembre de 2022 a febrero de 2023].

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