Poesía para vampiros
Leía el libro al lado de la ventana. Era un día caluroso, pero su habitación a esas horas era la más agradable del piso durante el verano. Podía sentir el aire fresco del río que durante toda la vida había visto pasar frente a su casa y ahora fluía hacia el final de un nuevo día. A esas horas comenzaban a cantar los pajarillos que esperaban con júbilo el juego y el baile con las hojas de los árboles. Antonio esperaba ver a la lavandera blanca que aparecía todas las tardes en la barandilla del paseo del río para tramar el picoteo para la cena. Pero ese día se le olvidó mirar. Se le olvidó el fresco que entraba de la calle y se le olvidó que había quedado con Pablo en el portal a las siete y media para dar un paseo y sentarse en el banco de siempre con una bolsa de pipas. Llevaba un buen rato absorto en la lectura de un poema.
–Es necesario un tú –leyó para sí mismo.
–Es necesario un tú –susurró.
–Es necesario un tú –dijo en voz alta mirando hacia la ventana.
–¿Quién es necesario? –sonó desde la puerta.
–¡Qué susto, Enca! Te he dicho muchas veces que no entres así en mi habitación. Me has dado un susto de muerte.
–Pero no he entrado, estoy al otro lado de la puerta, como la vampira que espera ser invitada a pasar –le dijo su hermana con sorna–. Venga, déjame entrar.
A Antonio no le cambió mucho el semblante porque estaba muy concentrado antes de la interrupción, pero ahora las arrugas del entrecejo indicaban un leve enfado. Volvió al verso: «es necesario un tú».
Enca llamó ahora a la puerta. «Toc, Toc».
–Ay, Enca, ¿pero, pero no ves que estoy ocupado? ¡Estoy pensando mucho esto y me molestas si haces ese ruido! ¡Ya, para, por favor! Espera ahí un poco.
Enca se quedó observando. Sabía que se podría quedar un buen rato mirando a Antonio sin que este le dijera nada más si ella no le interrumpía. Seguiría absorto en lo que quisiera que estaba haciendo y no interrumpiría su concentración por nada del mundo hasta que lograra ordenar lo que quiera que estuviera ordenando en su pensamiento. A Enca le fascinaba observar a su hermano, mirarle detenidamente mientras leía. Desde bien pequeño le encantaba leer, o, más bien, mirar y escudriñar los libros. Luego la lectura real le absorbió por completo y de adolescente incluso empezó a escribir en un blog. Ella siempre le había observado con admiración. Ahora lo hacía, además de como hermana curiosa, como recién graduada en antropología. “A mi hermana le encanta estudiar a las personas, al ser humano en el mundo”, decía Antonio orgulloso cuando hablaba de Enca. Mientras le miraba, también ordenaba sus pensamientos, sus preocupaciones. Haría un máster fuera de la ciudad el próximo curso y pensaba ya en el doctorado. Cada vez que observaba a su hermano con ese amor y esas ganas de conocer el mundo, se imaginaba que podría enfocar su tesis hacia algo relacionado con el síndrome de Down, pero sabía que esa decisión sería también una oportunidad para dedicarse a otra cosa que no tuviera que estar relacionado con Antonio, podría decidir si eso era realmente en lo que quería profundizar o si era el momento de abrir otras vías y marcar un camino propio e independiente, alejado de lo que había supuesto que debería hacer o lo que se había impuesto como objetivo en tantas ocasiones.
–Es necesario un tú, donde salvar la vida. Donde salvar la vida, donde salvar, la vida, salvar la vida. Es necesario un tú. Tú, vida.
–¿Qué es eso que repites Antonio? ¿Te puedo ayudar? Te has atascado en eso.
–¡Enca, no estoy atascado! Estoy repitiendo esto. Me gusta mucho, pero no sé qué significa. Todavía no lo sé. Por eso lo repito. Repito y pienso.
–A lo mejor, si dejas de repetirlo un poco, te sale solo.
–¡Pero es que no quiero que salga solo! So… solo quiero, solo, ¡ay! Solo quiero entender qué significa.
–Perdona, perdona. Sigue a tu ritmo, no te interrumpo más.
Antonio no dejaba de mirar el libro mientras hablaba a Enca. Enca no dejaba de mirar a Antonio mientras él miraba el libro. Aquella era su habitación favorita de la casa por escenas como aquella. Miraba desde la puerta, desde afuera, como una vampira, cómo Antonio leía. La luz en ese lugar era siempre especial. En ese tiempo, el instante en que pasaba de rebotar directamente en la pared a quedarse en sombra, sostenía el ocaso entero, largo y lento, luz que viajaba río arriba y bañaba las estancias de aquella margen. En invierno, esa última luz de la tarde era tan cálida y anaranjada, y el cielo era tantos azules tan difíciles de describir. Qué hermoso misterio el de la luz. ¡Cuántas fotos había hecho Enca de esta escena! A veces, como buena antropóloga, cuando veía la secuencia de todas las fotos a lo largo de los años, escribía sobre los cambios que sucedían: la luz, Antonio, los libros, las cortinas, las ventanas, el color de la pared, el árbol de afuera. Anotaba estos cambios con fecha y hora y con el título del libro que Antonio tenía en ese momento. Se paraba especialmente en aquellas fotos de cuando era pequeño y se llevaba un montón de libros temáticos para pasar la tarde: El libro de los animales, Tu primera enciclopedia de los animales, Bestiario, Aves y peces, Guía de animales ibéricos, El gran atlas de los animales. Ahora Antonio leía sobre todo poesía. Eso le fascinaba a Enca. A ella no le gustaba leer poesía, decía que no la entendía. Le gustaban mucho las novelas históricas, pero sobre todo leía ensayo. Siempre cosas sobre el ser humano y el mundo, pero no a través de la poesía. Le enganchaban las cosas más directas. Aquella escena de Antonio leyendo y la construcción del espacio a través de la luz era muy poético, y esa era la visión de aquello que realmente le interesaba: la experiencia directa, no la representada.
–Dejar caer las palabras una a una. Abrir la boca y dejar caer las palabras, una a una, palabra a palabra. Es necesario un tú donde salvar la vida. Es necesario un tú.
Antonio había leído hace semanas el título de ese poema en el índice del libro. Es necesario un tú. Con el tiempo, había aprendido a disfrutar el camino desde el índice hasta la página indicada para resolver el misterio sobre si el título indicado era real o era solo el primer verso, o si se trataba del inicio del primer verso. Le solía llamar la atención el pronombre «tú». Le parecía que quien escribía se dirigía a él como lector. Eso le incluía en lo que se contaba en el libro, y eso le hacía sentirse feliz. Pero no siempre sucedía así, «tú» se puede emplear de muchas maneras y no siempre con el objetivo de llamar al otro, de hacerle partícipe. Y cuando lo veía tan claro, tan hermosamente acentuada la «ú» en una palabra monosilábica, la alegría recorría su pensamiento y su cuerpo se excitaba. Así le sucedió cuando leyó la primera vez «es necesario un tú» en el índice del poemario. Y cuando descubrió que era el título real del poema y que aparecía también en su primer verso. Esa repetición de la oración, como título y como parte del primer verso, le generaba un sencillo e inmenso placer en la lectura, en su existencia.
Es necesario un
tú.
Sin
embargo, es necesario un tú
sobre
el que abrir la boca
y
dejar caer, una a una,
las
palabras que anidan en los huesos.
Antonio al principio obvió el «sin embargo»: es necesario un tú sobre el que abrir la boca. Se imaginó desde el principio una boca inmensa que le daba un beso de palabras, un beso con todas las palabras que conocía. Qué beso tan inmenso.
Enca escuchaba cómo leía Antonio ese inicio del poema y se emocionó.
–Anda, por favor, déjame entrar y escucharte más cerca, déjame ver cómo dices eso tan bonito.
–Espera Enca, por favor, espera un poco. Casi lo tengo. Déjame un poco más y te lo digo, lo leo para ti. Pero espera, por favor.
Enca se acordó de la cantidad de cuentos que su madre y su padre les leyeron cuando eran pequeños. Y los que ella leyó después a Antonio. Y los que Antonio leía y no entendía. Recordaba lo extraño que sonaban las palabras, las oraciones, los párrafos y los cuentos enteros cuando él aún no podía comprenderlos, cuando la lectura era un mecanismo en el que descubrir el lenguaje y aún no expresaba lo que significaba. Y recordó cuando Antonio empezaba a comprender los textos cortos que leía, sobre todo los chistes y las adivinanzas. Enca pensaba desde pequeña cómo el ser humano debió empezar a comunicarse oralmente, cómo debieron ir surgiendo sonidos que se perfeccionaban hasta contener los significados, las palabras. Y ahí estaba Antonio, lector de poesía, comunicador como pocos con sus palabras y sus gestos, empeñado en la comprensión de un poema que a ella le aterraría tener que descifrar.
–¡Ahora, Enca, ya lo tengo!
–Déjame entrar Antonio, por favor.
–Puedes pasar, vampira –dijo con una sonrisa– ¿Sabes qué? Pues que te quiero mucho. Te quiero mucho, hermana. Escucha, lo dice aquí:
–Es necesario un tú donde salvar la vida. Ese «tú» soy yo cuando lo leo, pero cuando pienso en decirlo a otra persona, pienso en ti, Enca. Pienso en nuestra vida juntos en esta casa y en todo lo que te quiero y tú me quieres a mí. En lo que nos vamos a echar de menos, y en las ganas que tengo de que seas la mejor antropóloga del mundo entero.
Enca
sonrió y lloró de alegría. Ya se había hecho de noche, se transformó en
murciélago y salió volando por la ventana.
* Es necesario un tú es un poema de Olalla Castro.
Castro, O (2019). Inventar el hueso. Pre-textos.
* El 21 de marzo es el día mundial de la poesía y del síndrome de Down.
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