Poesía para vampiros
Leía el libro al lado de la ventana. Era un día caluroso, pero su habitación a esas horas era la más agradable del piso durante el verano. Podía sentir el aire fresco del río que durante toda la vida había visto pasar frente a su casa y ahora fluía hacia el final de un nuevo día. A esas horas comenzaban a cantar los pajarillos que esperaban con júbilo el juego y el baile con las hojas de los árboles. Antonio esperaba ver a la lavandera blanca que aparecía todas las tardes en la barandilla del paseo del río para tramar el picoteo para la cena. Pero ese día se le olvidó mirar. Se le olvidó el fresco que entraba de la calle y se le olvidó que había quedado con Pablo en el portal a las siete y media para dar un paseo y sentarse en el banco de siempre con una bolsa de pipas. Llevaba un buen rato absorto en la lectura de un poema. –Es necesario un tú –leyó para sí mismo. –Es necesario un tú –susurró. –Es necesario un tú –dijo en voz alta mirando hacia la ventana. –¿