Detener el tiempo
Pensando el tiempo, hay instantes en los que
pareciera que todo es igual en todos sitios.
Una mañana de noviembre en Granada llueve y al pasar delante de una carnicería huele de pronto a todas las veces que antes ha llovido en cualquier otra ciudad. No sé si algo de esto estaba en el Aleph de Borges o es solo un algo con lo que me quedé de aquello. Ralph Gibson lee a Borges y yo leo a Gibson. Solo después de unos años de haber visto The Somnambulist, encontré, discretamente escrito, en la edición original: aleph is a point in space where all points coincide.
Durante una mañana de lluvia en noviembre volví a pasar por delante del Botánico y me paré de nuevo en el escaparate del restaurante en el que se anuncia o se introduce o se completa la exposición que suele haber en su interior. De nuevo frente a los collages de Marian al otro lado del cristal. Aún así, huele a pegamento y a libro viejo. Eso solo es romanticismo. Mas hay más. Es un instante diferente. En el detenerse allí hay un algo innombrable, como cuando alguien te susurra algo al oído que no puedes entender y te lleva a esa frecuencia del placer en la incomprensión. Se abre un nuevo misterio, el de todo lo que no se sabe y ahí está y el de todo lo que no está y se intuye saber. Algo comienza con el temor de los misterios. Todos los puntos del espacio y del tiempo coinciden tras el cristal de ese escaparate que abre la maleza hacia un claro del bosque y refleja todo lo que pasa por delante y jamás se detiene. Detención, el tiempo suspendido, Atención. Los collages de Marian son estrellas muy lejanas en el tiempo, alumbran solo en el detenerse de la mirada. Son objetos pequeños y rotacionales que tienden hilos invisibles hacia lo más profundo de la mirada, la sombra que la comienza, la noche de su hechura.
(Sobre Llevo despierta mucho rato, una
exposición de Marian Recuerda en el Botánico, Granada, 2018).
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