Mediar, memoria, registro
Conducir sume al pensamiento en un estado de profunda ocupación de las cosas. El cuerpo, casi quieto, se traslada y atraviesa emociones y territorios muy diferentes en unas cuantas horas. El movimiento y la mirada son una oportunidad de afecto, una excitación del conocer, una aproximación.
Dos movimientos magnéticos: primero, de norte a sur; después, más lento, desde el sur hacia otro norte más cercano, local.
De una mirada a un charco en un camino entre eucaliptos en A Vara, Xove, Galicia, donde un muro reza, entre helechos, “IN A TOWN LIKE TWIN PEAKS NO ONE IS INNOCENT”, a la mirada del fondo seco de Arroyo del Lobo en la cuenca del Guadiana, cerca del río Zújar cuando desaparece bajo la tierra entre las provincias de Córdoba y Badajoz, a medio camino entre los pueblos de Monterrubio de la Serena y Valsequillo.
Todo eso cabe en un día. Sus imágenes lo celebran y su recuerdo lo transcribe. Todo cabe en el hilo fino que une la mirada con la historia y las memorias.
De un suelo explotado y colonizado del árbol de aquellas semillas de Fray Rosendo Salvado en Galicia, a otro perdido y seco que contiene la epigrafía de la sed de las aves y el paso sonámbulo de los soldados en la Bolsa de la Serena en el caluroso verano del 36.
Del «cementerio de los italianos» en Campillo de Llerena, una chapa grabada conmemorativa en una encina cercana y la sepultura número ochenta y ocho a los pies de un ciprés en el cementerio de Monterrubio de la Serena, al cementerio de Gualchos sobre los invernaderos de Castell de Ferro en Granada y un papel plastificado clavado al suelo que recuerda la fosa común que hubo bajo el cemento: «para que nunca se olvide este crimen».
Uno cierra los ojos después, toma aire y, al exhalar, deja aparecer la montaña bajo la que debió suceder la reunión de los hechos. Aquella montaña, quizás, tras una nuble blanca sobre una cabaña y el río Wang; o la que sigue al fiordo hacia Pangnirtung desde el Mar del Labrador; o aquella con el azul de lo imposible en uno de los libros primeros de la sombra, donde la lengua, cuando el óxido, mientras aquel accidente de la línea blanca en la Alfaguara [1].
La visión de la Sierra de Lújar impresiona desde el cementerio de Gualchos. Desde allí, para llegar al pueblo de Lújar, se continúa por una carretera estrecha y serpenteante en dirección a Motril. Cuando se deja a un lado el Pico del Águila y el horizonte mediterráneo, se llega al cruce donde fusilaron en 1947 a las once personas que acabaron en la fosa del cementerio. Manuel Rubiño González, Juana Correa Moreno, Manuela Correa Rubiño, Pablo Martín Correa, Francisco Correa, Cecilio Moreno Castillo, Emilio García Sabio, Juan Moreno Estévez, Manuel Moreno Moreno, Manuel Castillo Gómez y Antonio Fernández Ayllón. Si se toma la carretera a la derecha y se continúa entre los molinos del parque eólico, se atraviesa una loma que deja Jolúcar a un lado y Garnatilla al otro, se desciende hasta el pueblo, se atraviesa por su calle principal y se llega hacia el pie de la montaña, umbrío lugar al atardecer justo cuando la cima es de cobre y el barranco un rumor. Es entonces, en ese preciso lugar, ese preciso instante, en ese claro y en esa sombra en que uno, de nuevo y al fin, salvaje y lento en el lenguaje, se reafirma en su pequeñez.
«Ser pequeño en todo esto», con una discreta y profunda ocupación, es una forma de estar en el medio, tomar parte de todo esto, mediar por el pensamiento, atarear al lenguaje y registrar las cosas del tiempo. Conducir, mover juntos cuerpo y pensamiento, como mediación y travesía de las memorias, hacia la resistencia contra el olvido y la justicia en cada registro.
[1] Sobre montañas y cosas de Wang Wei, Robert Frank, Jacques Ancet, Antonio Gamoneda y Pablo López
Carretera EX-211 entre Campillo de Llerena y Peraleda del Zaucejo, agosto 2024
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