LILI y el saber profano
Nada en la imagen nos aseguraba lo que para nosotros era lo más vital[1]:
el saber profano de su voz.
Hacer
algo con la voz es el trabajo secular del artista. Hay un legajo inicial,
aunque todo ya haya comenzado antes, que ata la mirada a la voz. ¿De quién es
la mirada? ¿De quién es la voz? No hay respuesta, no tiene que haberla, el
error es una posibilidad en las preguntas. La mirada es, la voz es. La mirada y
la voz unen, se unen. Algo las une: un hilo.
El hilo comienza en un
taxi camino. Lili va sentada en él. Fue arrancada de su hogar, de sus hijos,
porque su marido dijo que estaba loca. Lo dijo, y eso fue suficiente. Lili entra
en otro lugar, oscuro. Encierro. En la sombra se escuchan otras voces con la apariencia
del silencio. Se configura un sistema cerrado de las historias, una expulsión
al aire de fragmentos de vida combinados entre aquellos muros diseñados para
catalogar personalidades, para marginar a la persona. Entre voces, en el fondo, hay siempre una
voz.
La voz tiene una
cualidad: atraviesa toda oscuridad. La voz atraviesa toda oscuridad y atraviesa
la materia. Si la materia ocupa el espacio y el tiempo vacíos, la voz ocupa el
tiempo y el espacio, y los atraviesa. Se queda y se va. ¿Puede una voz salir de
su cuerpo? ¿O está siempre la voz en querer salir del cuerpo?
El cuerpo fue inscrito
por la voz y se transformó en papel. Lili escribió una carta. Y dos, y tres. Y
escribió una canción. Lili inscribió su voz en sus cartas para que algunas
personas concretas las leyeran. Lili quiso que la escucharan al otro lado del
muro. Pero las cartas no se enviaron y se convirtieron en legajo de su voz. Su
voz se quedó entonces allí censurada, en aquel tiempo medido y en aquel espacio
construido. Sigue allí. Pero también, al fin, ha salido. Lo que su voz dijo continúa en las lecturas de
las cartas y aquella canción, en un tatuaje en otra piel, en otras manos sobre
la pared, en el hilo en otra máquina de coser.
Coser el tiempo que une la
voz y la mirada. Ayer fue oscuro. Pespunte. En el fondo hay un retrato que hoy
comienza de nuevo. La voz del comienzo se ha transformado en la mirada de
otros. El oído, ahora, afina voces de ayer. La voz otorga voz, escucha y
mirada.
Hacer
algo con la voz es el trabajo secular del artista. En Lili y el saber profano, Javier Morales Prados traspasa los muros
levantados en otro tiempo para hacer de la mirada una voz, y de la voz, una
nueva mirada lúcida desde el margen. La naturaleza íntima de una carta se
transforma en testimonio de la historia, y el significado primero de una imagen
se abre a la diversificación en su resonancia.
Se combinan los documentos institucionales con los personales en las
zonas sombrías de la mente y de la historia, de los archivos y de la voz propia.
La exposición reúne una proyección de voces y miradas hacia la voz otrora
silente de Lili (y tantas otras) y propone un espacio memorial sobre las
heridas de nuestra historia, sobre la percepción social acerca de la salud
mental, sobre modos de resistencia y sobre las fuentes del saber profano.
Urge iluminar la región
del pasado y las voces silenciadas, alumbrar en común el pensamiento.
En común, des-ocultar
siempre como urgente labor del arte.
Hablo como en mí se habla. No mi voz
obstinada
en parecer una voz humana sino la
otra que atestigua
que no he cesado de morar en el
bosque.
Alejandra
Pizarnik
[1] Última
oración de la cita de El beso de Judas: Fotografía
y verdad de Joan Foncuberta en
MORALES, Javier.
«Legajo y hoja de contacto». Catálogo
FACBA18. Granada: Universidad de Granada, 2018, p. 51.
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