Todas las personas, toda persona

Todas las personas hacemos imágenes, y casi todas las sostenemos en algún tipo de soporte. Todas somos hacedoras y espectadoras: toda persona descubre.

Una cosa que hacemos las personas es dedicar tiempo a ver o a hacer imágenes. Cuando las imágenes se sostienen en el tiempo aparece un lenguaje propio de la región que forman y, entonces, hablamos de la práctica. La práctica es la atención sostenida hacia las imágenes que descubrimos. Si esa práctica genera unas cuestiones que deseamos abordar y las abordamos, podemos decir que nos dedicamos a ello: toda persona sostiene.

La imagen, como figuración subjetiva del pensamiento, es singular y común. Es singular desde su realización en un lugar propio de la persona: el cerebro –y su espectro: la mente, el pensamiento–. Y es común, por su realización entre unos esquemas representativos propios de la especie y la sociedad de la que formamos parte. Nos une como personas una cámara común: toda persona registra en la cámara oscura.

Hace tiempo que voy y vuelvo a los "claros del bosque" de María Zambrano para comprender la práctica de descubrir(se) imágenes:

 

La imagen, aun considerada en sí misma, es múltiple, aunque esté sola. La conciencia la sostiene sabiéndola imagen. Y la posibilidad se abre a su lado; podría ser diferente y es quizá así, tal como se da a ver. Su ser de abstracción no le da fijeza, más que cuando un intenso sentimiento se le une. Y entonces asciende a ser icono: el icono forjado por el amor, por el odio, por el concepto mismo, especialmente cuando la imagen encierra la finalidad.

 

La unidad y la imagen. 

María Zambrano.

 

Es uno de los primeros mediodías de otoño. Vamos a entrar en el estudio de la pintora Cristina Megía. Un minuto antes de llegar olemos un jazmín. Treinta segundos después, ajos quemados en aceite. Dulce y amarga activación de la memoria. Cuando se abre la puerta, el óleo equilibra el sentido del olfato en un punto de la estimulación perceptiva más preparado: una escena costumbrista de nuestro barrio ha afinado todos los sentidos previos a la mirada.

El estudio ha cambiado. Unos grandes paneles blancos lo estilizan más y oculta algunos de los entresijos del almacenaje de su obra. A la izquierda, un gran lienzo colgado en la pared en la que siempre pinta Cristina. Un lienzo en el que trabaja. La luz de su estudio es envolvente, y ahora, con esos paneles, la luz rellena más la pintura en esa zona. Ese lienzo, ahora, duerme mientras aguarda su devenir de ser hecho cuadro. Como los primitivos bosquimanos cuando interpretaban las huellas de animales para emprender su búsqueda, uno, ante una pintura que está en hacerse, comprende la física y la trascendencia del tiempo en la obra y surge el deseo: querer aprehender la vida y sus imágenes.

En un rincón, una llamada. Cae agua nieve en un lugar oscuro del bosque. Hace frío y el rumor de un arroyo desvela una profundidad. Al lado, una charca y los misterios de la luz y la vibración del agua. Más tarde, antes en el orden de hacerse la pintura, la charca entre la foresta como cola de gusano y génesis de lo incierto. A una cierta distancia, una imagen, un claro del bosque; en la proximidad, múltiples imágenes abstractas de la experiencia, otros claros del bosque: toda persona desea en los claros del bosque.

Cristina descubre la imagen. Varias imágenes riegan su región pensadora. Pincela y desvela otra imagen, reunión de las anteriores. El pensamiento se traslada al lienzo a través de múltiples pinceladas concretas, casi fractales. Desentrañar esa maraña invierte el orden del tiempo. Es cuestión del tiempo. El tiempo obliga a dar un paso atrás, un desplazamiento. Es cuestión de espacio y tiempo, de distancia. Desde lejos, después de cerca, resituación: aparece una nueva imagen. Dos plantas entrelazadas en una orilla. Azul, verde, gris casi blanco; casi azul, casi verde, casi gris. Un color que solo entonces existe.

El fondo. Desde lo profundo se ordena lo figurativo en abstracciones que responden a la naturaleza del lenguaje. Huellas de la construcción del pensamiento abstracto hacia una imagen. En este claro está la práctica. Todo el saber se concentra en lo inenarrable. La persona que obra y la persona que mira comparten esa región: el hecho artístico nos reúne en los albores del lenguaje y la comprensión, en su experiencia y en el presente: toda persona es razón.

La lumbre es una secuencia de la sombra. Mundo y tierra para prenderla. Unas manos hacia el fuego cuidan su forma. Se alumbra el dibujo en las líneas de las manos. Dos cuerpos abrazados como medida de profundidad entre el gesto y la pintura. Arden. Están juntos cerca la hoguera. Se incendian. Cuidan juntos el fuego, sus carnes juntas lo avivan y sus cenizas unidas tiznan la piedra. Carne y piedra. Arraigo. Entierro.

La piedra hace el templo de todas las imágenes. Todas las imágenes sostienen la memoria. 

***

Han pasado quinientos noventa y cinco días más desde aquel incendio a la orilla de un cuadro. Aquí fuera todo ha cambiado. Han ardido tantos bosques y montes como antes de la humanidad. Se han acercado más aún los jabalís a donde juegan los niños de la ciudad. Las medusas calavera han invadido el azul de la costa cantábrica. Una mudanza y dos hogares nuevos. Hace más calor en la calle y nos quedamos más en casa. Llueven muertos los murciélagos por el día como las ranas en Magnolia. Sin embargo, hemos aprendido a socorrer a un vencejo, nos reunimos bajo un algarrobo a planificar el silencio, inventamos juntos la nieve en la última hora de un invierno. Nos abriste un nuevo claro. Este, más allá del profundo horizonte, en el cielo del norte.


* Web de Cristina Megía

* Libro de Cristina Megía en el que se pueden ver las obras que aparecen en el texto



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