Hacer fotos a la tierra es señalar un nuevo comienzo del mundo

Algo brilla entre la tierra. Un mineral, un plástico o un cristal. Qué poco sé del campo, de la tierra, en general. Aquel brillo detiene y atrae. Coger un puñado de tierra como un gesto primitivo. Pero ya no lo es, ya nada lo es. Las palabras y las imágenes que hacemos y leemos están lejos de aquello. Cómo conocer el tiempo y la memoria de la tierra, qué nos revela, cuál es la tierra que está por venir, cómo será su mundo.

La Vega, al-Fahs en época musulmana —Fahs al-afyah, espaciosa vega–, significa un terreno habitado para ser cultivado: «extensa llanura cultivable, campo raso como vega»[1].

Un terreno que es infértil, que no es cultivable, es un terreno inculto.

La agricultura, como la escritura, es una sofisticación de las formas del lenguaje. La tierra de labranza es una sofisticada amalgama: una retahíla de voces, historia, signos y memoria.

Brillan los restos de azulejos, el esmalte de la cerámica; una moneda, quizás, o cualquier otro metal. Brillan también a mediodía los restos secos de la cosecha. Brillan, como el claro en el bosque y como la piedra húmeda en la cueva. Nada es de nuevo lo que fue la primera vez en la tierra. Nada lo es una vez más desde que hay mirada. Todo, cada vez, se aleja más de lo que fue al principio. Pero persiste el misterio de lo que oculta. Si algo en su superficie parece ser, al removerla se confunde.

Remover la tierra: aquí venimos de nuevo con las cosas del arte queriendo desocultar algo cuando solo podemos señalar su misterio.

Aquí: la tierra agrícola de la Vega de Granada, el paisaje, la fotografía y las palabras como soportes del misterio del saber; una mirada profana al suelo, a la tierra.

Hago fotos y escribo, es decir, tomo cosas. No conozco bien las cosas desde su principio. Hacer fotos de las cosas es como detener y ensanchar un proceso de conocimiento. Cuando todo está detenido, se imagina un después. La tierra tiene marcas, escrituras. Fotografiarlas es suspender su devenir y proponer cuestiones: ¿Cómo fotografiar los saberes agrícolas sin saberlos? ¿Cómo se relaciona el arte con el saber? ¿Cómo afecta el texto a la imagen? ¿Cuál es el afecto entre mirada y realidad?

Una vez planté una papaya en el huerto de mi suegro. Cavé un hoyo tal y como él me dijo. Se hizo una fotografía de aquello. Era una prueba que demostraba mi torpeza en el campo, pero fue emocionante, una breve épica familiar desde mi perspectiva urbanita. Por aquel entonces, cerca de allí, el aguacate ya había comenzado a exprimir las albercas, el cultivo de tropicales se había extendido también hasta aquel otro territorio secado por la historia de su agricultura. En la siguiente visita al huerto de mi suegro el árbol ya no estaba, pero sí los signos de la planta arrancada. Después, se cubrió con hojas secas de pino y desapareció bajo los restos de nidos de gorriones y su descomposición. Siempre fui más de subirme a los árboles. Desde las ramas de los cipreses más viejos es muy difícil ser visto desde el suelo. De pequeño, desde allí lanzaba sus características piñas al suelo. Eso simboliza una cierta posición de poder —reconocimiento de privilegio en el punto de vista—. Es necesario pasar por ahí —aceptar ese privilegio— para acercarse más al suelo, para identificar y reflexionar sobre la distancia desde la que se miran las cosas. No sabía nada de lo que pasaba en el suelo y me bajé; aprendí a hacer fotos.

Escribir esto no es nada nuevo, ni siquiera si se emplea la figura metafórica del mineral, el plástico o el metal en la tierra que nos hace detener el camino. Todo es misterio, una aventura. El misterio en el lenguaje y en la tierra escrita. Acabo de leer que el mineral que más abunda en la Tierra no es visible, permanece oculto, existe fuera del alcance de nuestra visión: es el mineral más abundante en el mundo, pero no lo vemos. Hay saber científico sobre ello porque hay mirada hacia ello: ocupación del misterio.

La fotografía de la tierra es un paisaje: mirada, cultura, saberes. De esta mirada a la tierra surge un texto que dice unas pocas palabras: tierra, arena, polvo, sustrato o gleba; según la distancia, dice también terreno, huerto, campo, vega o erial. Y también, en otro posible orden, dice: memoria compacta, historia y cronologías, suelo del saber y el conocimiento, misterio revuelto y errante.

Otra imagen, otras palabras, otros textos; de nuevo. La aventura del después, futuro, mundo nuevo. Toma esta imagen, llévatela, cuídala y devuélvela a un nuevo comienzo. Que continúe la tierra y su misterio.



[1] Oliver Pérez, D. (1997). El árabe «fahs» en la toponimia española. Al-Qantara 18(1), 153-185

 

Comentarios

Entradas populares